, Cuando para comer, la escuela deja de ser prioridad, la historia de muchas mujeres en Atemajac

Cuando para comer, la escuela deja de ser prioridad, la historia de muchas mujeres en Atemajac

Colaboración: Esther Armenta

Esbeidi Ramírez lleva en los ojos el color marrón de la tierra que la ve crecer, tiene 12 años y es empleada del hogar. Su sueño es ser maestra.

A los nueve años la invitaron a hacerse cargo de la limpieza en una casa. Nadie le dijo cómo trabajar, ella lo aprendió por instinto. La primera mañana de trabajo la pasó casi en silencio; la timidez de estar en casa desconocida no la dejaba hablar.

Dice que le temblaban las piernas, y que sentía los nervios merodeando por su cuerpo. Al final de la jornada los nervios disminuyeron; volvió con una sonrisa y un par de monedas en el bolsillo que entregó a su madre para comprar comida. Tiempo después, Esbeidi compraría un par de zapatos con los ahorros de sus primeros pagos.

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* Requerido

Son las seis de la tarde, la hora en que la ropa tendida hace sombra en las banquetas; la hora en que la niña de cabello castaño y alta estatura se despide de quienes la emplean.

Su voz ahora se muestra tenue y ella indescifrable, pero admite ser platicona y amigable, sobre todo por las mañanas, a la hora de clases. Sus palabras en la escuela le han dado como resultado siete amigas, quienes comparten tiempo en juegos y charlas infantiles lejos de la palabra “trabajo“, a pesar de que cuatro de ellas remplazan sus tardes de juego por labores en el hogar.

“A veces mis amigas me dicen que salga a jugar, pero yo no puedo decirle a la señora <ay, tome, ahí le dejo el quehacer y ya me voy a jugar>”, dice entre risas y continúa, “pero cuando estamos juntas en la escuela no hablamos de eso, nada más nos la pasamos jugando”.

Las horas se desvanecen con la rapidez de un tren sobre las vías o a la lentitud del paso de un caracol. Cuatro u ocho horas de trabajo se van según el ánimo de Esbeidi, quien recibe un salario entre los 50 y 100 pesos por día. Dice trabajar para ayudar con los gastos en su casa, pues la costumbre en su pueblo natal es que las mujeres que necesitan trabajar lo hagan limpiando casas de personas con mejores condiciones económicas que ellas.

Incluso los domingos tiene que laborar, su alarma mañanera son las campanas de la iglesia que repican para llamar a sus seguidores a la misa de siete. El viento, vacilante, juega con las hojas de los árboles. El cielo se despide de su color negro para recibir el color azul y Esbeidi se prepara para ir a trabajar. Entre semana se dedica a limpiar hogares, pero los domingos ayuda a lavar trastes en un puesto de comida.

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Algunas mujeres, empleadas del hogar, deciden tener más de un oficio para compensar la baja remuneración que reciben. “Para uno que no tiene nada, lo que le pagan por limpiar es mucho”, responde la niña de pelo castaño y complexión delgada cuando se le cuestiona sobre el pago que recibe.

Esbeidi no se atrevería a pedir un aumento porque ve su derecho a la alimentación como un acto de cortesía en sus jefes, lo que le impide mejorar sus percepciones económicas. De acuerdo a la Ley Federal del Trabajo las empleadas del hogar tienen derecho a recibir por lo menos una comida durante su jornada laboral.

En donde alguna vez habitaron los Otomíes, hoy viven 3 mil 406 mujeres registradas por el INEGI en 2010. Esbeidi es parte de esa población en Atemajac de Brizuela, municipio ubicado en la región Lagunas de Jalisco. Es también, la cuarta de ocho hijos y estudiante de sexto grado de primaria; en Jalisco ella es una de las y los 88 mil 58 niñas y niños que trabajan, de acuerdo con el artículo niños y niñas que trabajan en México, un problema persistente, publicado por UNICEF México en junio de 2009.

De acuerdo con el mismo artículo, las poblaciones rurales como Atemajac, concentran un mayor número de niños y niñas trabajando en comparación con zonas urbanizadas. “Aproximadamente 7 de cada 10 trabajadores entre 5 y 17 años viven en las zonas rurales de México”. Atemajac de Brizuela pertenece a los cinco pueblos con mayor índice de pobreza en el estado.

El ambiente se conserva rural a pesar de la urbanización del bosque: los campos se pintan de hombres que cubren su rostro con sombreros, los caminos para llegar a ellos son ataviados por el ganado en las calles de piedra y un espontáneo “usha, vaca” que guía a los animales.

Las principales actividades económicas hasta hace poco en Atemajac eran la agricultura y la ganadería. Pero en los últimos años estas formas de ganarse la vida se han visto sustituidas por la construcción de fraccionamientos campestres, lo que ha generado empleos en construcción e intendencia, explica Juan Manuel Mares Martínez, encargado de cuenta pública del municipio.

María Felícitas Aguilar Ibarra, presidenta municipal asegura que la escasez de recursos en las familias ha sido superada al iniciar su mandato debido al incremento de trabajos. La horticultura e inversiones en desarrollos inmobiliarios campestres son la estrategia de cambio en la economía local propuesta por la actual administración, además afirma, en la actualidad el salario municipal mínimo es de $200 al día, más de cien pesos por arriba del salario nacional.

Si bien, Felícitas Aguilar se refiere a la prevalencia de un salario mínimo en Atemajac de Brizuela de entre 200 y 400 pesos diarios, la situación de las mujeres que trabajan como empleadas del hogar es diferente, pues dependen de las decisiones más o menos arbitrarias de sus patrones.

El trabajo en los cultivos solía ser propio de los hombres. Hoy, la tierra es trabajada por las manos de mujeres en los viveros de berrys que se han introducido en la región. No obstante, hay un trabajo que pese a la urbanización y las nuevas oportunidades de empleo en la agricultura es exclusivo de las mujeres: el aseo de otras casas que no son las propias. Juan Manuel Mares calcula que una de cada 10 mujeres en Atemajac es trabajadora del hogar.

Las manos de Esbeidi son delgadas, muy lisas y al igual que las manos rugosas de una mujer de 60 años se ocupan de hacer la limpieza del hogar.


A 92 kilómetros de ahí, María Susana Díaz Zúñiga, de 22 años, mece en sus brazos a un bebé, luego prepara la comida y poco antes de que el sol caiga, termina su jornada. Susana cuida de dos niños y se encarga de cocinar para una familia de lunes a viernes en Guadalajara, los fines de semana regresa a su pueblo natal: Atemajac.

El semblante de Susana muestra autoridad, a simple vista parece una mujer fundida en roble, dura. Su semblante engaña, su voz lo desmiente cuando habla; sus palabras son cálidas.

Hace 14 años quizá su expresión era distinta, su vida lo era, tenía nueve años, asistía a la primaria, vivía en Atemajac y gozaba de ser la hija más pequeña. Susana no sabía que su vida cambiaría ese año, tuvo que dejar ir a su papá, quien murió en 2004, y a su mamá, quien dejó su hogar en busca de trabajo en la capital del estado.

Nueve años más tarde, a sus 18, ocurrió un nuevo cambio, esta vez fue consiente de lo que soltaba; abandonó la preparatoria a un año de terminar. Sus opciones no fueron muchas, debía cambiar su sueño de ser maestra por un trabajo que le diera dinero suficiente para comer y vestir.

Apasionada por su meta, durante un año se empleó como mesera en un restaurante dentro de la cabecera municipal, esperaba pagar su colegiatura y ayudar en la economía familiar; el dinero no fue suficiente, el mejor postor fue la ciudad.

La secundaria Técnica #128, COBAEJ, Preparatoria Regional Zacoalco de Torres Módulo Atemajac y Tecnológico, permiten que los jóvenes del municipio se preparen en el ámbito académico, sin embargo, las circunstancias económicas y culturales les impiden hacerlo.

De acuerdo con Angélica Rodríguez Corona, trabajadora social de la Escuela Secundaria Técnica #128, hay una deserción anual en promedio de 15 alumnos de secundaria. Las causas identificadas son: bullying, formación de una familia, unión libre y desinterés tanto de los alumnos como de los padres por impulsarlos a concluir su educación escolar.

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Cuando un joven deja la escuela, su obligación familiar es ayudar en casa o buscar un empleo. En el caso de las mujeres, ese trabajo es ser empleada del hogar.

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, en 2015 el 4.7% de los trabajadores en México, pertenecía a trabajadores del hogar. Este cargo es ocupado por mujeres y hombres de 12 a 60 años según la encuesta.

En Atemajac, mujeres como Susana y su madre dejan su pueblo, se van con recomendación de trabajo y boleto de autobús en mano para ganarse la vida como empleadas del hogar cuando tienen entre los 17 y 35 años.

“Sí, claro que cuando volvemos nos duele tener que irnos otra vez. Así pasa los fines de semana”, dice Susana con una sonrisa, como ocultando la nostalgia que la ha invadido, pero entiende que se va porque quedarse representa largas horas de trabajo mal pagado y darle la espalda a sus derechos laborales: salario mínimo, vacaciones, alimentación en las horas de trabajo, trato digno y acceso a asistencia médica. “Aquí en Atemajac hay trabajo, pero no lo valoran. Te pagan muy poco”, dice Susana.


Los pagos por limpiar una casa han cambiado en los últimos años, y aún así no es representativo en la economía de las familias. “Ahorita ya les pagan más pero de todos modos no alcanza”, menciona una mujer de tez morena y cabello negro alternado con blanco. ‘‘Se llama Marta Aguilar Candelario” interviene de golpe una voz chillona en la conversación, el nieto de Marta Aguilar Candelario, ex trabajadora del hogar quien dedicó 18 años de su vida realizando tareas de limpieza.

A los 12 años Doña Marta inició este trabajo, también en Atemajac de Brizuela, a diferencia de una de sus hermanas que hace 40 años y siendo apenas una jovencita se fue a trabajar como empleada del hogar a Guadalajara.

En algunas ocasiones, cuenta Marta, laboraba diez horas por $50 pesos. No recuerda cuanto tiempo después fue, pero asegura haber dejado este trabajo algunos años. Luego volvió porque a los 19 años contrajo matrimonio y con ello la responsabilidad de ser madre. Marta no podría alimentar a sus hijos con el sueldo de su esposo, trabajador de aserradero, su única opción fue volver al empleo que tuvo a los 12 años.

La necesidad económica que obligó a Marta a trabajar se repitió ahora con cuatro de sus cinco hijas. Una de ellas se encuentra hoy frente a Doña Marta, mientras los nietos juegan en el patio de tierra colorada y el agua llena la pila de cemento en el jardín de su casa.

Así como Marta, Francisca Pérez Aguilar inició a trabajar a los 12 años; cuando debía de ingresar a la secundaria, cambió los libros y las clases por los secadores y las cubetas, tuvo que dejar la escuela y llevar dinero a casa.

Con una risa que rompe todo estímulo de incomodidad o nostalgia, Francisca cuenta que para ella fue fácil entender que debía comer, ayudar en casa, “salir adelante”, entendió que estudiar no podría ser prioridad. Ambas mujeres son ahora ex empleadas del hogar, optaron porque el salario de sus esposos fuera el único ingreso para su familia, pues sus salarios como trabajadoras del hogar representaban poco y las horas de trabajo muy pesadas.

Susana tiene cuatro años trabajando con la misma familia, hace uno que la afiliaron al Seguro Social, esto cubrirá sus gastos médicos por enfermedad o accidentes laborales. Marta y Francisca, durante sus años de trabajo y hasta hoy, no sabían que tenían derechos laborales.

Las patronas de estas mujeres deciden su salario de diferentes maneras. Algunas lo acuerdan empleada – trabajadora, otras preguntan con sus vecinos y conocidos para saber la cantidad que ellos pagan, el resto decide la cantidad por hora y días trabajados. Si bien al entrevistarlas revelaron que saben que sus empleadas tienen derechos laborales, no todas se los otorgan.

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Francisca, Marta, Esbeidi y Susana saben de la pobreza en su municipio, saben que hay mujeres que reciben por día lo equivalente a tres kilos de tortilla y del desconocimiento de sus derechos laborales. Lo justifican con la mala paga que durante años ellas, trabajadores de aserradero y ahora obreros en los invernaderos, han recibido.

Para Esbeidi la educación es ahora más importante, asegura que su prioridad es estudiar y si necesita trabajar hará las dos cosas. Francisca cree que las oportunidades que tienen las jóvenes de hoy son muchas y deben aprovecharlas. Juan Manuel quisiera que los padres motiven a sus hijos y Susana espera que la gente no se conforme, se informe y haga valer sus derechos laborales.

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