Érase una vez, en la cosmopolita y cambiante Buenos Aires de inicios del siglo XX y con un mayor apego en el pintoresco barrio de La Boca, una pequeña reunión en la que un puñado de jóvenes descendientes de italianos tomaron la decisión de formar un nuevo club para poder practicar deporte, particularmente, fútbol.
Tras dicha reunión, las bases en las que se cimento la estructura del naciente club serían concretas y con la decisión adecuada para que el nuevo ente cobrara vida. Esa propia esencia ha transmutado hasta convertirse en el propio y más importante alimento generado por sus fanáticos o coloquialmente llamados hinchas.
La fecha de su inicio fue adscrita en 1905, un año clave tanto para la entidad y tiempo después para toda la nación, ya que tal agrupamiento sería uno de los detonantes en la fundación institucional de lo que hoy se conoce como fútbol profesional.
Tras los años amateurs de 1913 hasta el inicio de la liga en 1931, el acompañamiento entre el llamado Boca Juniors y el balompié pampero han formado una alianza trascendental con tintes casi consanguíneos.
En los casi ciento trece años de historia, el enamoramiento entre el club y sus millares de seguidores han crecido de una manera exponencial, debido a un factor que bien podría emplearse como la marca registrada del equipo: su exuberante potencial con cada uno de los elementos formados dentro de su cantera y que han sabido crear esos lazos primordiales que consisten en luchar cada pelota y el amor a la camiseta. A su vez dichos noveles representantes del más íntimo de los sentimientos han sido fortalecidos con los mejores jugadores nacionales e internacionales, aspecto que detonó ese poderío plasmado en cada cada título obtenido.
Con los primeros jugadores que a la postre serían la vanguardia de un interminable cantidad de ídolos, se ha ido formando la constelación de seres míticos que a través de sus andanzas por el raso césped pudieron colarse en la memoria de aquellos que los observaron.
Boca y sus ídolos, Boca y cada uno de los jugadores que han sido capaces de acrecentar las vitrinas del club con cada copa obtenida, pronto se convirtieron en parte esencial de esa idiosincrasia capaz de generar una mezcla tan ortodoxa como el amor y odio. La imagen del guardavalla o portero quedó tatuada en personajes como Américo Tesoriere, Antonio Roma, Hugo Orlando Gatti, Oscar Córdoba y Roberto Abbondanzieri a sus máximos exponentes.
Un poco más delante, para ser más exactos en la medianía del campo, se encuentran los hitos de la media cancha, esos hombres que lograr mediar entre las ideas más profundas de sus cavilaciones y los movimientos exactos sobre el empastado. La estirpe de estos jugadores capaces de destruir y crear al mismo tiempo, serán eternamente endosados a la mente de los hinchas xeneises, quienes por cuestión cronológica pueden catalogar a Natalio Pescia, Ernesto Lazzatti, Rubén Suñé, Sebastián Battaglia, Guillermo Barros Schelotto y Juan Román Riquelme como los ídolos en los que se ha cimentado el poderío por varias décadas de este conjunto.
En cuanto a la última línea imaginaria en la que se divide la estrategia dentro del campo de fútbol, la entidad boquense ha mantenido una línea respetable, debido en gran medida a esa clase de merodeadores capaces de aniquilar a sus rivales. Héroes, ídolos y sobre todo, causantes de una desmesurada efervescencia en cada gol logrado.
Los mortíferos delanteros que la sociedad xeneise aguarda sigilosamente dentro de sus pensamientos más profundos y sentimentales, pueden catalogarse desde los primigenios momentos triunfales en manos de Domingo Tarasconi, Francisco Varallo, Roberto Cherro, Pedro Calomino, Mario Boyé; hasta la nueva era que dio la bienvenida al nuevo milenio y que legó a baluartes como Carlos Tévez y a Martín Palermo, este último como máximo artillero en la historia en el club.
A la par del simbolismo del cancerbero, existen esos elementos que han sabido destruir cada una de las afrentas rivales, transformando el arte de anteponer su cuerpo o cualquier parte de él con el fin de evitar que la última frontera se vea ultrajada. Ellos los expertos en defender y resguardar a sus contrapares que están a unos metros adelante: Antonio Rattín, Roberto Mouzo, Vicente Pernía, Jorge Bermúdez, Hugo Ibarra y Nicolas Burdisso.
Aunado a los nombres mencionados, sobresalen un par personajes que, en particular, se podrían tomar como dos puntos medulares en la historial total del club. El primero, un individuo que debido al nivel mostrado en la única temporada que antecedió a su explosión futbolística a nivel mundial logró dejar una huella imborrable. Su nombre es Diego Armando Maradona, uno de los genios del balón en todos los tiempos que se sitúa un escalón por encima de todo jugador que pueda surgir o arribar al club, debido a la idolatría y apego pasional que se desprende del mítico 10 de la casaca azul con la banda amarilla.
El segundo personaje quizás se podría enlazar directamente con un proceso de transformación, es el escenario Alberto J. Armando, que desde su fundación en 1940 se ha convertido en el hombre 12 para la oncena xeneise, debido a la presión y el bullicio originado desde sus tribunas que dan la ilusión óptica de caer encima de los jugadores rivales.
Boca Juniors y su presente reflejan un estado de gracia, debido a la consecución de su bicampeonato, obtenido bajo la estrategia que siempre ha ofrecido los mejores resultados: cantera y refuerzos de primera calidad. En una comunión que va fortaleciendo a los hinchas de siempre y a las nuevas generaciones de xeneises, el encantamiento seguirá por la eternidad futbolera argentina. La pasión de la mitad más uno.