La mitificación de alguna persona es la equivalencia a una serie de objetivos logrados a lo largo de una ascendente carrera, victorias o sucesos personales que catapultan a la figura desconocida hacia el nivel de imagen icónica y dueño permanente en la semblanza de los noveles que sueñan llegar a emular sus hazañas.
El Hombre y el deporte han encontrado la perfecta sincronía que emerge de la espontaneidad evolutiva que la constancia obsequia a todo aquel que se aventura en ese camino; esfuerzo, técnica, días interminables de práctica, sacrificio y lo naturalmente esencial: el talento innato para realizar cualquier acción de esa disciplina. Sin duda son los puntos clave que dictaminan el presente inmediato y futuro de cualquier profesional en los deportes.
A lo largo de la extensa historia que conserva la duela, se han consolidado verdaderos artífices del movimiento vertical y explosivo, la velocidad adaptada hacia el bien común de la quinteta, que volcará todos los recursos posibles para acarrear el mayor número de puntos. Artífices que crean paralelamente un espacio diversificado hacia alguno de los cinco elementos, que despuntará de entre los demás gracias a su portentosa naturaleza en el juego.
Múltiples serán los nombres que se le otorguen a estos humanos que saben mezclar, junto a sus corpóreas capacidades, el zurcar de un salto un gran espacio en altitud y longitud, aunado a llevar a una mano el objeto esférico e inmisericordemente, apuntalarlo en el aro que asemeja a una canasta.
Icónicas voces, emblemas que desde antaño han sabido posicionar al básquetbol en uno de las disciplinas deportivas con mayor número de adeptos. Su origen emana desde las entrañas del añejo pero eficaz sistema colegial, que sustenta el potencial de la nación estadounidense, pero existen otros que han excluido todo ese proceso formativo y auspiciados por el talento innato, han arribado al profesionalismo de manera súbita. El último representante de esta clase de jugadores ha dicho adiós, heredando un hito en la historia del llamado “deporte ráfaga”. La memoria evoca la llegada de un mancebo recién egresado de la educación media superior y que sin el menor menoscabo hizo acto de presencia en los reclutamientos para formar parte de la máxima competencia, la NBA.
Con 18 años, sería la moneda de cambio por el pivote yugoslavo Vlade Divac entre dos instituciones como Charlotte Hornets y los Lakers, por lo que el sueño empezó a encumbrarse en aquel 1996, bajo el jersey mítico de color amarillo que años atrás portaran elementos como Kareem Abdul-Jabbar, Karl Malone, Magic Johnson y Wilt Chamberlain, entre otros emblemas del equipo que se fundó en Minneapolis y terminó enalteciendo la ciudad de Los Ángeles en California.
Un tiempo mínimo le tomaría a este joven para posicionarse en la titularidad y por ende en los juegos más selectos como el juego de estrellas, torneo de clavadas y demás actividades de la organización de básquetbol en EUA.
Con el renombre personal ya definido, la fase de premios colectivos se vería escasas para la institución hasta que se confirmara la llegada del multiganador coach Phil Jackson y con él la transformación total del joven escolta que, a partir de esa temporada del 2000, se cimentaría como el mejor de la liga y junto con Shaquille O’Neal obtendrían el título nacional tras diez años de no lograrlo. Sucesivamente en 2001, el bicampeonato nacional emuló el sueño de todo jugador y técnico tras derrotar a Allen Iverson y los Philadelphia 76ers en las finales. Posteriormente la consecución del tricampeonato en el 2002, ahora en manos de novel equipo del New Jersey Nets liderados por el base Jason Kidd.
Al igual que la vida, los procesos deportivos que aceleran al triunfo tienden a mermar las vicisitudes campeoniles, deformando un poco la secuencia de los actos que en el inmisericorde devenir puedan acontecer. De la misma manera, la marcha de elementos que vislumbraron el fin de su estancia en la entidad, llevaron a nuestro guardia angelino a un proceso de catarsis en el que descubriría su potencial máximo para convertirse en el referente que su equipo necesitaba.
El cambio y resurrección de aquella ave que resurge de sus cenizas quedaría eternamente marcada en la noche 22 de enero de 2006, en la que este valuarte de las duelas batió el récord individual de anotaciones de la franquicia, que ostentaba Elgin Baylor con 71 puntos, al conseguir 81 en la victoria de los Lakers por 122-104. Se colocó así en el segundo puesto de la clasificación global de la NBA, solo por detrás de los 100 de Wilt Chamberlain en. Además, se convirtió en el único jugador desde 1964 en anotar 45 puntos o más en cuatro partidos consecutivos, el octavo mejor registro en un mes en la historia de la NBA y el mejor de un jugador aparte de Chamberlain.
La sincronía individual sería el revulsivo perfecto para la consecución de las ligas 2008-09, con lo que lograría igualar el mejor arranque de la historia del equipo angelino con 17 victorias en sus 19 primeros encuentros.
En la temporada 2009-10, Kobe se convirtió en el jugador más joven en lograr 25,000 puntos, al conseguirlos a los 31 años. Al igual que la gloria local, este fenómeno representaría a su nación en torneos internacionales como en el Torneo de las Américas en 2007, en el que derrotaron a la selección argentina y en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, tras colgarse la medalla áurea.
El adiós de Kobe Bryant es el retiro de un escolta considerado como uno de los jugadores más completos de la NBA, gracias a sus 11 apariciones en el mejor quinteto de la temporada, así como las 14 apariciones en el Juego de Estrellas y los cinco anillos de campeón de la mejor liga de Básquetbol del mundo.
Fue un placer verte jugar Kobe…