Alguna vez en los cielos británicos, se desarrolló la antítesis sobre el deporte reinante en la isla. El fútbol convencional alcanzaba con el paso de los años el desarrollo y simpatía de aquellos ciudadanos que vislumbraron un sinodal idóneo para fomentar la pasión exacerbada que los llevara a disfrutar de las acciones de once desconocidos que adoptaron como suyos.
Con la vorágine de los primeros éxitos y multitudinarias concentraciones de miradas de aquella época romántica, en la que el sudor y posibles incidentes se sobrellevaban con el sentimiento de ambrosia deportiva, es como el visionario William Webb Ellis desarrolló lo que el mundo conocería como Rugby, en la segunda década del siglo XIX. Bajo la tónica atemporal de la evolución del deporte, la nueva disciplina brindó nuevas normas que se adaptaron al balompié convencional en el prestigiado colegio Rugby School de la ciudad inglesa de Rugby.
Cada éxito conlleva una realización que lo toma como referencia, emulando todo por cuanto se caracteriza, incluso de aquello por lo cual se lograron adeptos. Por lo que hacia otro horizonte, con el contraste demográfico estadounidense, es como nació el fútbol americano bajo el resultado de divergencias con el rugby, principalmente por los cambios en las reglas instituidos por Walter Camp, considerado el padre de este deporte, además de la adhesión de nuevos vocablos para un entendimiento idóneo de la disciplina tales como halfback y fullback, así como la introducción de la línea de scrimmage, los downs a finales y la regla del pase adelantado.
Juego que requiere de la insoluble moneda que acarrea la decisión sobre qué equipo comienza atacando y cuál defendiendo. Suerte o destino para el ganador del volado que obtiene la elección para atacar desde la primera parte o en la segunda mitad. Esto es un preámbulo que antecede al kickoff y a la primera acción defensiva del encuentro que perdurará cuatro tiempos. Acción y efecto que el llamado retornador intenta acarrear, surcando la marea de embates rivales, iniciando la odisea que bonifique la mayor cantidad de yardas que pueda mediar su carrera. Kamikaze que sucumbirá derribado antes de que pueda conseguirlo o vanagloriado por su equipo que recibirá la posición de su ataque en el punto exacto donde él moriría.
El escenario palpita por el anquilosamiento de la estrategia que se vislumbra en un emparrillado de dimensiones bastas. Poder, fortaleza y habilidad necesarias para esquivar las tacleadas de los jugadores contrarios que tratan de impedir que un vertiginoso corredor logre suplantar la quietud de la yarda final. Todo en pos de nulificar la encomienda de las siete unidades que todo ajeno al jersey similar desea apuntar hacia su causa.
El afamado deporte ha mutado con el paso del tiempo, bajo el proceso que supo encuadrar la estrategia táctica, orgullo deportivo y el aporte tecnológico para la marcación de acciones que lleguen a oscurecer el desempeño dentro del emparrillado. Aunado a la enorme popularidad que lo ha situado a la par de las disciplinas como el beisbol y el baloncesto en la unión americana, además de la marca NFL Europa y los distintos torneos que celebran en el resto del mundo. Como preámbulo de la acción y el esfuerzo continuo que se refleja en este deporte de conjunto que encuentra su naturaleza primigenia en los anales de sus dos disciplinas antecesoras. Nunca antes una cifra representó tan ardua labor como los 9,14 metros que este juego estratégico trata de adquirir y sobrellevar para que humano y ovoide rebasen la zona de anotación.