Zapotlán, una región literaria
Algunas ciudades, sólo algunas, tienen la difícil capacidad de ser escenarios emblemáticos de la ficción artística. Los casos de París, Buenos Aires, la Ciudad de México, Dublín, Praga o Venecia son claros ejemplos en la literatura, en el cine la muestra más evidente sería Nueva York. No basta con ser una ciudad importante económica o políticamente hablando, por ejemplo Washington, Montreal, Guadalajara, Monterrey no gozan de ese privilegio a pesar de ser urbes reconocidas por su considerable pujanza cultural. Es un enigma por qué ciudades pequeñas convocan tantas historias literarias a pesar de su carácter secundario en la vida de las naciones, pues no podemos dejar de pensar en Trieste sin evocar a James Joyce, Italo Svevo, Claudio Magris. Con la debida distancia algo similar ocurre con Zapotlán el Grande.
Juan José Arreola más que nadie ha dado a Zapotlán esa trascendencia de goegrafía literaria, claro por su novela La feria, pero sobre todo por la genial y memorable frase incial de “De memoria y olvido” que abre su libro Confabulario: “Yo señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán”. Pero la historia de Zapotlán como escenario y tema de obras artísticas tiene sus antecedentes. El más antiguo se remonta al siglo XIX con la novela La hija del bandido o los subterráneos del Nevado de Refugio Barrgán de Toscano. Ya entrado el siglo XX encontramos el poema sinfónico Zapotlán de José Rolón y la novela Zapotlán de Guillermo Jiménez. Sí, existe una continuidad y también una confirmación de la ciudad como tópico artístico y particularmente literario.
Estamos en visperas del centenario de Juan José Arrreola y los ojos del mundo comienzan a mirar hacia Zapotlán. Sólo por poner un ejemplo, en su colaboración para el suplemento Babelia del pasado martes 27 de noviembre, Enrique Vila-Matas habla sobre su relación histórica con el premio FIL, antes Rulfo, el cuál él obtuvo en 2015. El autor catalán cuenta haber asistido por primera vez a la FIL de Guadalajara en 1992, justo el año que Arreola ganó el premio, el escritor quedó tan bien impresionado de Arreola que asevera: “el Premio Juan Rulfo empezó siendo para mí una capa negra y durante un tiempo lo asocié a aquella regia estampa inicial, inalcanzable, a la figura inquietante de Arreola, y también al feliz descubrimiento de su prosa”. Y más tarde apunta: “El Rulfo (refiriéndose al premio) había sido para mí una capa negra de Zapotlán”.
El mundo literario cada vez volteará más a Zapotlán buscando los pasos de Juan José Arreola y de sus antecedentes. Y uno de esos es sin duda Zapotlán de Guillermo Jiménez , del cual el mismo Arreola le decía a Vicente Leñero: “Ah, maestro, tienes que leer Zapotlán de Guillermo Jiménez.” La más reciente edición ha corrido a cargo de Ediciones Arlequín. Se trata de un libro que si bien el archivo histórico ha tenido a bien mantener en circulación en nuestra región, no había corrido con la fortuna que merece en el mercado editorial, salvo un par de ediciones en Porrúa en los años cuarenta y cincuenta, y otra en los ochenta por la tapatía Hexágono.
La nueva edición de Zapotlán de Guillermo Jiménez no sólo se caracteriza por la belleza que es propia de las colecciones de Arlequín, además cuenta con un trabajo editorial profesional muy bien cuidado, un prólogo que proporciona datos útiles sobre el autor y su obra, pero sobre todo Zapotlán de Guillermo Jiménez tendrá un alcance nacional en lo que se refiere sus potenciales lectores, cosa que no sucedía desde hace muchas décadas.
Profesor de la Licenciatura en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur