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Las carrilleras de Adelita

Hartazgo social en tiempos electorales

 

Rieleras y juanes, esta Adelita como muchos mexicanos está inmersa en el cúmulo de información que se genera en este tiempo electoral. Las campañas, los debates y posdebates, los mensajes por los medios tradicionales y por redes sociales generan sentimientos contradictorios. Cada quien dice que su oferta es la mejor aunque no dicen claramente cómo le van a hacer para elevar las condiciones de la población que aspiran gobernar o representar.

La política sobreexpuesta me hace recordar las clases de mercadotecnia en la universidad. La publicidad contra la propaganda. Nuestros políticos se publicitan como productos que vale la pena comprar. Lo malo es que la clase política se ha ganado una pésima reputación en el país y ya nadie quiere dar un peso por ellos.

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* Requerido

Los gobernantes, -con honrosas y poquísimas excepciones-  han demostrado a lo largo de las últimas cinco décadas de la historia de México, que lo único que les interesa es su propio bien y el de los miembros más allegados de su partido, independientemente del color que se vistan. Se han adjudicado el país, su riqueza y potencial económico sin tener en cuenta a los mexicanos.

Los hombres y las mujeres de México ya no creemos en mensajes que venden políticos. Es más, este tipo de mensajes provocan hartazgo de contenidos sin fondo que solo se centran en la forma, y a veces ni en eso, pues la creatividad también está ausente.

La propaganda y sus principios se han olvidado. Claro, promover valores por un periodo de tiempo prolongado es muy difícil cuando los hechos no son paralelos a los mensajes mediáticos.

Demostrar coherencia en la vida cotidiana del político que se promueve como una persona comprometida con el deber de gobernar para beneficiar a la mayoría es complicado cuando prevalecen los intereses personales de poder y enriquecimiento.

Casas, aviones, grandes sueldos, aprobación de bonos, viajes a costa del erario público y un plan de retiro excepcional hace que el trabajo de gobernador, presidente municipal, diputado, senador y presidente de la República se antoje ideal en un país donde el salario mínimo no alcanza para la cobertura de las necesidades básicas, donde se discrimina a las personas mayores para trabajar y a los jóvenes porque no tienen experiencia; donde se da la subcontratación para que las empresas no adquieran responsabilidades hacia sus trabajadores; donde la falta de seguridad social genera adultos mayores en pobreza; donde los derechos laborales han menguado por el miedo a perder el trabajo; donde las mujeres ganan menos que los hombres aunque desempeñen las mismas funciones, en fin, ejemplos de lo raquítico que es el ámbito laboral en México sobran.

Es por ello que la información que circula, particularmente en las redes sociales, en gran parte está vinculada con el desencanto de la clase política gobernante. Hace unos días por WhatsApp me llegó una demanda ciudadana solicitando una enmienda a la Constitución Mexicana para evitar los actos de derroche en el Congreso de la Unión. Entre otras cosas el mensaje alude a cambios para que los derechos y prestaciones laborales de diputados, senadores y otros gobernantes sean similares al resto del sector trabajador en el país y a limitarlos para que no sean ellos quienes se aprueben aumentos de sueldo, ni bonos.

La concreción de la propuesta se antoja difícil, pero en el fondo es coherente con el sentir social respecto de quienes nos gobiernan y representan: el desencanto es total y lo peor es que entre la oferta política son aislados los perfiles que cumplen con la expectativa de un representante o gobernante honesto y capaz de utilizar el poder que se le conferirá con el voto popular para retribuir a la confianza del electorado.

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