, Tlapechtli, Tapeixte, Tapeiste de la Laguna de Zapotlán

Tlapechtli, Tapeixte, Tapeiste de la Laguna de Zapotlán

Lamentablemente las imágenes no corresponden a tapeixtes originarios de la laguna de Zapotlán, sin embargo, estas fotografías o imágenes nos dan una clara idea de su aspecto.

De cómo el tapeixte de humilde tule, sí, el “tule fragante de humedad y poroso papiro local” que describiera Arreola, sirve de: lecho amoroso, humilde cuna, cama, balsa, altar y féretro.

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* Requerido

Tlapechtli es una palabra náhuatl que se refiere a alguna superficie horizontal que sirve para colocar cosas. Usualmente significa cama, catre, petate, camilla para trasladar enfermos o cadáveres, o un tipo de plataforma, andamio, cadalso, tablado donde se colocan los músicos, o tapanco de los que se construyen para cuervear o zanatear y cuidar la milpa desde lo alto. También puede significar la mesa para comer, mesa de ofrendas, altar o andas como la de los carros alegóricos, Sin embargo, también puede ser una balsa; esta última acepción es la más común -aunque ya cada vez menos utilizada- en el Sur de Jalisco, sobre todo en el entorno de la laguna de Zapotlán.

Matías de la Mota Padilla, quien fuese Alguacil Mayor del Santo Oficio y Abogado Fiscal de la Real Audiencia de la Nueva Galicia, en su obra ‘Historia de la Conquista de la Provincia de la Nueva Galicia’ (1742), nos dice que la palabra Tlapechtli es de origen náhuatl con raíz en los términos tlalli, tierra y pechtica, humillarse, inclinarse mucho. Castellanizada como Tapexte o Tapeixte, en el español moderno se suele encontrar el uso de esta palabra como Tapeiste.

El tlapechtli en el día de muertos

Tradición antigua desde la época precortesiana y hoy apenas intermitente, es en el municipio de Gómez Farías, específicamente en el pueblo de San Sebastián -el hogar de los tololos, los tuleros- a la orilla norte de la laguna de Zapotlán, durante la festividad del día de muertos, o del final de la cosecha, como era señalado en el Tonalpohualli, el calendario místico-religioso de nuestros ancestros.

Por cierto, esta fecha del final de la cosecha en algunas poblaciones se sigue celebrando con el convite, no confundir con los acabos que es al final de la siembra.

Durante la noche, para esperar el día de muertos se escenifica la despedida, de una mujer que ha muerto al dar a luz; mientras se entona la oración católica de El Alabado, como huella del sincretismo religioso. Dicha ceremonia se realizaba sólo durante los primeros cuatro años posteriores al fallecimiento.

Los restos de cenizas simbólicas de esta mujer yacen en su último lecho, colocados por su partera o curandera -herederas de Tzaputlatena- sobre un tlapechtli, lecho donde fue fecundada y ahora una balsa que llevará su alma al segundo paraíso occidental del sol. Casa de Xipe-Tótec, el señor al que se desollaban hombres como pelar mazorcas para comer sus granos y carne en el pozole.

El tlapechtli le sirve llevando ofrendas al Señor y la Señora del mundo subterráneo, ofrendas que tienen el propósito de que su alma regrese a la tierra una vez al año, como mariposa nocturna en busca de alimentos, y no como siniestra ‘llorona’ devoradora de niños, antes de regresar a las sombras.

Parir era considerado un tipo de batalla y a sus víctimas se las honraba como a guerreros caídos. Su esfuerzo físico animaba a los soldados en la batalla y por eso acompañaban a los guerreros al cielo y también guiaban la puesta de sol por los cielos del poniente. Dada su derrota al no sobrevivir al procrear la nueva vida y que ni la diosa Tzaputlatena logró salvar con su resina milagrosa, el úxtil.

Acompañada de su perro xoloitzcuintle, aferrándose a la cola de su mascota que le ayudará a cruzar un ancho río o laguna. Xólotl, su perro, su gemelo espiritual, que representa la parte inmaterial del hombre y era quien mejor podía guiar al alma en los vericuetos del trasmundo, que sólo él conocía.

 

Funeral precortesiano y los dioses aztecas de la muerte

Mictlantecuhtli, señor de la región de los muertos, es uno de los principales puntos de partida de la antiquísima tradición náhuatl consistente en la dualidad vida-muerte.

Cuando alguien moría, tenía diversos destinos de acuerdo con distintos factores que podían atender a su propia condición o bien, a las circunstancias en las cuales murió.

– Así aquellos que morían ahogados iban al Tlalocan o lugar de Tláloc;

– Quienes morían de parto o batalla, tenían como destino la casa del sol con las Cihuateteo y los Cuauhteca respectivamente.

– Todos los demás muertos descendían al Mictlán, la morada de Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacihuatl, dioses de la muerte; el viaje a ese lugar duraba 4 cuatro años hasta que el difunto llegaba y desaparecía por completo. En el mundo de los vivos se hacían ofrendas a los muertos 80 ochenta días pasados sus funerales, luego por 4 cuatro años consecutivos, después de ese tiempo quedaban cortados los nexos entre los muertos y los vivos. [Historia Antigua de México. Vol. 4. INAH, UNAM. Lámina 1128, Grupo Editorial Raf]

Una de las costumbres aztecas era que, al fallecer una persona, le doblaban las piernas en posición fetal para atar sus brazos y piernas y luego envolverlo en un lienzo acabado de tejer. En la boca del difunto ponían una bella pieza de jade que era el símbolo de su corazón y tendría que darlo a los dioses en su camino al Mictlán, residencia de los muertos. Enseguida cosían el lienzo con el cadáver dentro y ataban encima un petate. En un lugar de la casa acondicionado para este propósito, situaban el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida. La viuda, la hermana o la madre preparaban tortillas, frijoles y bebidas. Todo esto previo a la inhumación o entierro.

La vida después de la muerte para nuestros ancestros

Arnold Toynbee y Crispín Tickell, en su obra ‘La Vida Después de la Muerte’ en ‘Las Civilizaciones de América Precolombina’ (1976). Nos describen el sentido de la muerte, sacrificios y paraíso para las antiguas civilizaciones de México

«En México, el cadáver frecuentemente era sepultado con estatuillas femeninas de arcilla, que al parecer simbolizaban la fertilidad y la continuidad de la vida.

Entretanto a los hombres les cabía la responsabilidad de velar porque continuara el ciclo de la vida. [Para lo cual] se practicaban diversas clases de sacrificio. …

… El sacrifico humano era el único que tenía valor.

Así, era necesario ahogar niños para Tláloc, el dios de la lluvia; antes que brotaran las cosechas, Xipe-Tótec, el dios del grano [oriundo de Tlayolan-Tzapotlan junto con Tzaputlatena la diosa de la salud], exigía la sangre de una víctima que era desollada y cuya piel era teñida de amarillo y vestida por el sacerdote. …

Para los aztecas, el sacrificio implicaba un acto de honor antes que de crueldad.

[En] La noción azteca del transmundo [en su cosmología]. Había 3 tres paraísos:

En 1er lugar estaba el Paraíso Oriental del Sol, al que iban los guerreros muertos en la batalla y los sacrificados en los altares de los templos.

En 2º lugar, estaba el Paraíso Occidental del Sol, al que iban las almas de las mujeres muertas al dar a luz. Cuando el sol cruzaba su cenit ellas ocupaban el sitio de los guerreros y lo escoltaban hasta el horizonte occidental. También podían regresar a la tierra, como mariposas nocturnas, También podían adquirir el siniestro hábito de acechar en las encrucijadas, las noches de luna llena, y devorar a los niños.

El 3er paraíso o Cielo Meridional era para las almas escogidas por Tláloc, el dios de la lluvia. Iban allí los que habían muerto ahogados, fulminados por un rayo, suicidándose o por enfermedades asociadas con el agua.

Antes de la cremación o la inhumación, el sacerdote instruía al cadáver sobre las peripecias que lo aguardaban, equipándolo con una buena provisión de comida, agua, estandartes de papel y un perro (el xoloitzcuintli sin pelo). En la boca le colocaba una cuenta de jade, para sustituir el corazón, y le dejaban presentes para que se los llevara al Señor y la Señora del mundo subterráneo.»

El Tapeixte en ‘La Hija del Bandido’

Refugio Barragán de Toscano en su novela ‘La Hija del Bandido o Los Subterráneos del Nevado’ (1887), nos narra como María, la joven y hermosa hija del bandido Vicente Colombo, es rescatada por don Pablo ‘el Cazador del Nevado’ al escapar de los secuaces de Colombo por las montañas del Nevado. Haciendo referencia al tapeixte como una cama o lecho de descanso

«… el tío Pablo entró conduciendo en sus brazos a una joven que Francisca miraba con curiosidad y sorpresa.

– ¡Ea! -dijo el tío, poniéndola en un jergón que cubría un tapeixte, levantado del suelo por unos horcones; -tu cama va a servir para que repose esta pobre muchacha, que tú y yo cuidaremos.

La tía Francisca era buena, y hospitalaria, sobre todo; por lo que se apresuró a desalojar la cama [tapeixte] de todo estorbo. Le ayudó a colocar a la joven; y viendo que estaba desmayada, deslizó entre sus labios algunas gotas de agua; la frotó con aguardiente, consiguiendo al fin que abriese los ojos al poco rato, y murmurase:

– ¡Madre…! madre…!»

El Tapeiste en ‘Tres días y un cenicero’

Juan José Arreola Zúñiga en su cuento ‘Tres Días y Un Cenicero’ (1971), nos narra sobre los tapeistes de la Laguna de Zapotlán, cuando nos cuenta sobre el hallazgo de una estatua de la diosa Venus en el fondo de la laguna de Zapotlán, escultura supuestamente traída por Francisco de Sayavedra, a la Cofradía del Rosario en el actual municipio de Gómez Farías, y que ¡por cierto!, entre otras imágenes trajo “un San Sebastián en talla mediana”.

Francisco de Sayavedra enseñaba a los indios, a adorar a su modo a la imagen de la diosa Venus, en una cuádruple confusión entre la diosa Tzaputlatena indígena, La virgen María Católica, la clásica Venus romana y la imagen de la mujer platónicamente amada.

Esta acción le costó ser llevado a la Santa Inquisición.

Historia donde el tapeiste aparece en todo momento; ya sea como artesanía de tule:

«… Aquí entre mazorcas y blandos juncos de tule, donde los indios tejen petates, amarran tapeistes y urden sillas frescas con armazón de palo blanco o pintado de azul celeste con flores rosas amillas de cempasúchil, agria flor que huele a fermentos de vida y de muerte como tú…»

Artesanías icónicas de nuestros pueblos que suben a los altares como ofrenda durante la celebración de días de muertos; y en este cuento como mortaja protectora de la diosa:

«…El lagunero nos prestó una soga. Amarramos el bulto del pescuezo y primero a pulso y después con el coche, lo jalamos a la orilla. El hombre dijo: ‘Parece un santo’, porque nomás se veía algo del cuerpo en el lodazal. ‘Sí es un santo. Lo echaron al agua los cristeros… Usted y yo somos de la edad ¿se acuerda del Padre [San Tranquilino] Ubiarco?’ ‘¿El que fusilaron?’ ‘Ése mero. Una sobrina nos dio la relación y lo hallamos’. Ni modo, él me dio pie para la mentira y me seguí de frente. ‘Bendito sea Dios’, dijo el lagunero y se persignó. Hay que envolverla en algo. El lagunero no tiene petates y le compramos el tapeiste. Lo abrimos como una lechuga y la ponemos a ella de cogollo, bien amarrada. Entre los cuatro la subimos al coche, que por fortuna es guayín.

— ¡Oigan oigan! ¿Y a dónde se lo van a llevar? ¡Porque quiero ir a verlo! — ¡A la Parroquia! …»

O bien como balsa vehículo de trabajo y transporte del lagunero:

«… Ahora sólo sabemos del hallazgo los que estábamos presentes. Dos Patos, el padre y el hijo. Y yo. ¡Dios mío! También se dio cuenta el lagunero que cortaba tules en su parcela… preciso lugar de los hechos. El que desde un tapeiste nos aventó la reata, la reata para amarrarla. (Mañana mismo voy a buscarlo. Y le daré lo que quiera por callarse la boca)…»

Tengo el recuerdo vívido de mi andanza sobre un tapeixte en las orillas de la laguna de Zapotlán, durante el mes de noviembre, con un grupo de amigos de la secundaria nos disponíamos a recolectar tule para preparar los campamentos revolucionarios con que se sigue celebrando el aniversario de la Revolución en nuestra otrora escuela. El tapeixte no soportó el peso del grupo de exploradores que nos hundimos lacónicamente entre carcajadas; el último en el agua, fui yo, que salí del agua como sonajero con las piernas cubiertas de sanguijuelas. El tapeixte brotó de la laguna con todo el impulso que le dio el empuje del agua al expulsarlo de su interior, alejándose de la orilla recordando su ruta sombría rumbo al poniente, negando su auxilio al grupo de imberbes remeros revolucionarios.

Los tapeixtes han sido sustituido por lanchas en la laguna de Zapotlán, mientras que la palabra y su significado se van perdiendo o degradando, quizás valga la pena reservar espacio en la memoria, caracteres en nuestros textos y fonemas en nuestras conversaciones para evocar al tapeixte.

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