, Una semana de brigadista, parte I

Una semana de brigadista, parte I

Por: César Barajas

 “Noticia de último momento, temblor de 8.6 grados en escala de Richter sacude el centro del país, las unidades de rescate inician labores de búsqueda para encontrar personas atrapadas entre los escombros.”

Las redes sociales se saturaron de información. Grupos de personas, asociaciones, universidades etc.,  que iniciaron un centro de acopio para apoyar a los damnificados del terremoto.

Y yo estaba ahí, sentado en mi sofá, ese sillón que alivia mi cansancio y mi fatiga, que me da la comodidad que  necesito, sin hacer nada y sin mover un solo dedo. Mis oídos parecían sordos ante la noticia y solo pensaba  “a mí no me está pasando nada, creo que ellos van a tener demasiada ayuda y van a salir adelante”.

Un mensaje de la coordinadora de la carrera, que hacía una invitación para apoyar en el estado de Morelos y Oaxaca, me sacudió la inquietud que llevo por dentro y decidí hacer el trámite para irme en una brigada de apoyo. Para mí sería una nueva experiencia y a la vez aplicaría técnicas del periodismo en zonas de desastres.

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* Requerido

Le comenté a mi familia de mi decisión y me dieron todo su apoyo, claro, se preocuparon como los padres que son. “Hijo te apoyamos en tu decisión y sabemos que tal vez así sea toda tu vida y la mía, pero tu pasión te llevará tan lejos como tú lo permitas”, así entendieron mi inquietud y necesidad por conocer algo más y vivir la problemática en su raíz.

Martes 26 de septiembre.

Se llegó el día de la capacitación previa al viaje que se realizara. Las brigadas estaban listas  “Letras Para Volar” y la capacitación la hicieron varias mujeres que pertenecen a dicho grupo y  maestras Psicólogas.

Después de un poco más de dos horas de capacitación sobre dinámicas a realizar, lecturas, apoyo y una muy remarcada labor social entera, terminó el curso.

Miércoles 27 de septiembre

A las 5 de la mañana, sonó esa hermosa y a la vez fastidiosa alarma que me avisa que es hora de cambiarme y levantarme de mi cama para partir a mi aventura. Comencé a hacer mi maleta en ese momento porque no tenía nada preparado, pero si sabía qué iba a necesitar.

Cuando terminé de cambiarme y acomodar mi equipaje salí de mi casa y fui hacia la tienda de autoservicio que queda enfrente de mi casa por un yogurt, porque esta pancita no se puede ir sin desayunar. Caminé hacia la puerta del estacionamiento que se encuentra en el área de veterinaria del Centro Universitario del Sur, (CUSur)

Saqué un cigarrillo de mi cajetilla y empecé a fumar para quitarme el nervio que me acogía esa madrugada oscura y fresca.

Después de subir el equipaje y algunas cajas de material y comida para el apoyo a los damnificados se hicieron las 6 de la mañana, hora de partir y para mí fue hora de dormir. Subí al camión, me acomodé con mi almohada, cerré los ojos, me dormí y desperté al llegar a Guadalajara.

Al llegar, todos los estudiantes bajamos del camión con todo y el equipaje para subiros a un camión más amplio y cómodo que nos llevaría a nuestro destino final. Ya en el Paraninfo, el rector general de la UdeG llegó a darnos unas palabras a los estudiantes y a dar el banderazo de salida.

Los estudiantes subieron a los camiones, unos al camión con destino a Oaxaca y otros en el camión con destino a Morelos, en el que iba yo. Sabía que mi destino era quedarme en Cuernavaca, porque así se organizó la lista.

El viaje hasta llegar a Cuernavaca fue largo y cansado, pues llegamos a media noche al centro de la ciudad, bajamos todas las cosas del camión, las metimos a un hotel de tres pisos pero al aire libre. No era un hotel común, tenía su estructura un poco rústica.  Ahí pasamos la primera noche, para no variar me fume otro cigarrillo con pretexto de que todo el viaje había sido perfecto.

Jueves 28 de septiembre

8 de la mañana, tenía que despertar para trasladarme junto con mis compañeros a otra casa, en la que estaría viviendo durante mi estancia.

Salí del cuarto y subí las escaleras porque mi habitación estaba en el cuarto de abajo.

Ya en recepción llegó Julio, la persona que estaría a cargo de mi equipo. Me miró y me dijo “quítate tú cadena, tu esclava y tu anillo.” Yo me sorprendí porque no entendía el porqué de sus palabras, hasta que empezó a explicarnos a los brigadistas que nos quedaríamos en Cuernavaca.

“La zona en la que se ubicarán ustedes tiene un alto índice de delincuencia, traten de estar juntos la mayor parte del tiempo, después de las seis de la tarde traten de no salir, y cuando vayan a los albergues terminen sus labores a las cinco de la tarde para que alcancen a regresar a la casa con la luz del día”, refirió Julio.

En cuatro taxis nos trasladamos todos los compañeros de la brigada Cuernavaca, solo éramos siete personas.

 Al llegar a la casa nos dimos cuenta que estaba muy sucia debido a que tenía mucho tiempo deshabitada.  Se encontraba dentro de una vecindad, sucia, y en malas condiciones, el ingreso era por una puerta de aproximadamente un metro y medio de ancha y te conduce a un callejón de la misma medida.

Dejamos las cosas y salimos a desayunar porque no teníamos nada de comida en el estómago. Julio nos llevó a una fondita en donde vendían una comida muy deliciosa, yo me comí un taco de milanesa de pollo, el taco era muy grande “¡jajajaja este taco esta enorme, para mí un taco es una tortilla con carne y aquí un taco son dos tortillas con carne, esto está muy loco!”,  comenté a mis compañeros sorprendido por la cantidad de comida que tenía en mi plato.

Al terminar de comer recibimos una llamada en la que  nos dijeron que los brigadistas que se iban a ir a la comunidad de Ocuituco, se unirían a nosotros debido a que las condiciones ambientales de esa comunidad no eran las mejores.

René, un compañero se ofreció a regresar a la casa a esperarlos y mientras hacer la limpieza. Mientras nosotros fuimos a los tres albergues que estaban destinados para cubrir.

Tomamos el camión que nos conducía a los albergues, que se encontraban relativamente cerca uno de otro, todos por la misma calle.

Llegamos al primero y solo nos presentamos, al igual que en el segundo y en el tercero, y comentamos nuestras intenciones y la forma de trabajar, eso sería todo por ese día. Pensábamos regresar y armar una planeación de trabajo. Nos dirigimos a la parada del camión y nos subimos.

Casi al llegar al punto donde nos teníamos que bajar para ir a la casa, recibimos una llamada, resulta que los brigadistas que iban a llegar después a nuestra casa por no haber podido ir a su comunidad, ya estaban en el albergue de la secundaria por donde ya habíamos pasado.

Tuvimos que regresar todos, no muy dispuestos, pues se notaba en nuestros rostros la inconformidad, molestia y algo de enojo porque ya teníamos  planes y los otros brigadistas nos los cambiaron.

Me fumé un cigarrillo para relajar mi estrés, o talvez fumé por el vicio, da igual solo estaba molesto.

Ya de regreso en la secundaria que fungía de albergue, comenzamos a hacer dinámicas con los niños.

Yo como siempre haciendo reír a los niños, transmitiendo mi alegría a pesar de tener coraje por dentro. Al paso de unos minutos ya estaba demasiado encariñado con esos pequeños. Platiqué con algunos niños y todos coincidían en pertenecer a una colonia llamada El Cerrito.

Y me nació una nueva inquietud,  conocer esa colonia. En el albergue habitaban aproximadamente cuatrocientas personas y la mayoría provenientes de esa colonia.

Preguntando me di cuenta de que su problemática no era solo vivir en un albergue si no la delincuencia.

Los hombres, padres de familia, por las noches dormían en sus casas que deberían estar deshabitadas solo para protegerlas, para que no les roben sus cosas. Esa es la historia de muchas familias que viven en ese albergue. La organización del lugar era muy mala, todos hacían lo que querían, no tenían un dirigente y la seguridad dentro del albergue también era escasa.

Después de unas horas de juegos, contar cuentos, reír, correr, llorar, terminamos las labores por ese día y nos dispusimos a regresar a la casa.

En el transcurso de la tienda de auto servicio a la casa, miré a lo lejos un edificio del que colapsó solo la parte superior.

Más tarde, salimos al centro de la ciudad, yo tenía intención de pasar por donde estaba ese edificio y lo logré. La calle estaba totalmente cerrada, pero pasamos. Unas cuadras al este de la ciudad, encontré bardas colapsadas que aplastaban carros, más casas cuarteadas, fue entonces que comencé a percatarme de la magnitud del sismo.

Regresamos a la casa, fatigados por el largo día de trabajo, cenamos, todos nos bañamos, cada uno tenía 5 minutos para bañase porque solo era un baño el que teníamos en  la casa.

La noche llegó y nos envolvió a todos, el día terminaba. El cansancio me hacía bostezar, el sueño me cerraba mis ojos, mi parpado superior parecía que era de plomo, no lo pude sostener y quedé dormido.

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