El sentimiento que une al hombre con sus raíces es la causa indescriptible del color al que la vida toma rumbo. Los amores que paulatinamente se conocen desembocan de igual manera en la sobremesa del individuo que va llevando su espíritu y sus pasiones hacia el gusto por algo externo a sus congéneres o personas cercanas.
El entorno en que se desenvuelve dicha persona es la parte medular entre lo que será y a donde encausará todo lo proveniente de él. Un juego de claroscuros que de a poco se irán reformando hacía un gusto a fin, la valía del ambiente primigenio se expande y toma primordial valor hasta ayudar a crear el concepto del barrio como fundamental e importante en la decisión que desde infante se debe tomar.
Un amorío que desde temprana edad o en otros casos desde la cuna se presenta como un virus mortal, que entra por cada uno de los poros cutáneos y arrasa todo cuanto pueda, hasta el nivel de perdurar toda la vida e incluso evolucionar a otros cuerpos que provengan del ya ocupado. Los síntomas inequívocamente no remediables para la medicina convencional se abstendrán simplemente a analizar al sujeto como portador de una avería en la mente. Con tales disfunciones, el niño, adolescente, joven o viejo pasa a formar parte del cuerpo y alma de su querido club barrial. La psique entrelazada de forma tal que por noventa minutos de cada domingo, se trasladará hacia las acciones que vengan del área empastada pero que eternamente unirá al hombre con su convulsionado ser, ebrio de pasión por su equipo.
Todo hincha es víctima de la efervescencia, reflejo de la más pasional de las demostraciones que un ser puede realizar en honor al amor por su escudo, colores o equipo. Acciones que no toman el valor de la valía económica, si la cuna ha sido poderosa pues se acostumbra a vivir en la exquisitez hasta llegar a la gula, pero si la querencia es de origen humilde se ama con aún más entrega porque los momentos magros serán mayores a los gloriosos y la vida se convertirá en un proceso de supervivencia a cada torneo. Como si el destino se extinguiera y volviera entonando un armonioso compás de tango, en el que la vida se ve reflejada verso tras verso con la nostalgia como mayor sinodal. Muestra inequívoca del cariño más sincero entre el humano y su equipo o de un sentimiento que va más allá de la simple gama de los colores en su armadura. Por sí solo la armonía del tango embelesa los sentidos abstractos así como momentos en el que la contracultura pulula de entre las vociferaciones menos coherentes.
En el insomnio mismo de la incertidumbre barrial, en la que por ningún motivo está permitido perder sin dejar el alma en la cancha o ganar sin haber aniquilado dinámicamente al rival. Todo se conjuga y ofrece un regalo auditivo que enciende el ser, no se puede crecer sin haber amado, llorado o abrazado a la bandera de tu equipo por la victoria conseguida. O tal vez sufrir el influjo de la embriaguez que una derrota propicia hasta en los sentidos más capaces y maduros.
La parsimonia del encanto se dilucida desde el barrio Lanús, un espacio esparcido en la naturaleza del concreto, amplio dominante de la capital Buenos Aires. Un club que desde su fundación en 1915 ha cimentado la pasión por el fútbol en la provincia bonaerense. La estima incondicional de su pueblo ha sabido encarnar a la hinchada sufrida pero que logra sobreponerse a los altibajos que este deporte obsequia en muchas ocasiones. Siempre de la mano histórica de su padre fundador que otorgó su apellido para inmortalizarlo en el nombre del club, como lo fue Anacarsis Lanús y el socio fundador Carlos H. Pointis, quien sería el encargado de la creación del símbolo que caracterizaría al equipo hasta la fecha. La composición del mismo son las letras C, A Y L, iniciales del nombre completo entrelazadas dentro de un círculo; el mismo es completado con ondas alrededor. Bajo el amor incondicional del primer ídolo como Juan Héctor Guidi, quien supo encarnarse en los corazones granates hasta llegar a posicionarse como máximo estandarte, así como jugadores de gran valía de la talla de León Strembel o Luis Arrieta, goleador histórico del club con 120 anotaciones. Todos formarían el equipo en la medianía del siglo XX.
Los altibajos y momentos de extrema penumbra se apoderaron del equipo que tras el pasar de los años solo observó en las distintas categorías el devenir de las acciones en el fútbol pampero. Días, semanas, meses, años o décadas han transcurrido bajo el esquizofrénico sentimiento de pertenencia que ha visto como el logro máximo de la institución fomentó el aderezado sabor a victoria con la copa Conmebol, de la mano de Héctor Cúper en 1996. Así como el subcampeonato en 1998, augurio de lo que vendría en los primeros años del nuevo milenio.
La obtención del primer campeonato nacional en 2007 elevaría a la institución granate a la cima del balompié argentino. Además de dar paso al proyecto en la formación de futbolistas de su cantera, por lo que el entorno llamado la Fortaleza ha encontrado poco a poco el renombre dentro de las canchas más hostiles en la actualidad pampera. El sueño de la copa Libertadores se hizo posible un año después; aunque eliminados en cuartos, la ventaja de empezar a jugar o enrolarse en los torneos continentales ayudó a que en la temporada siguiente se logrará el tercer lugar y el subcampeonato en el 2011. Por lo que en 2012 sería histórico al acceder a la copa Sudamericana y a la Libertadores, en la cual se impondría el récord de mejor goleada a favor, en los octavos de final ante el Olimpia paraguayo. Aunque los éxitos mayores tendrían que esperar por una temporada más, las vitrinas se lograron colmar ante la obtención de la copa Sudamericana 2013 frente al brasileño Ponte Preta, además de otro subcampeonato local de la mano de Guillermo Barros Schelotto.
Tan solo dos años después, con la celebración del centenario del equipo, se reconoció como uno de los equipos emergentes en la vida futbolera argentina. Aunque la celebración máxima vendría un año después con la consecución del segundo campeonato de liga, al vencer en la finalísima a San Lorenzo de Almagro en el estadio monumental. Por lo que el color granate se vendrá tiñendo en el cielo bonaerense, además de colorear con buen fútbol a Sudamérica completa con el pase a los torneos continentales.
En un territorio en el que el máximo exponente ha sabido experimentar de la cruza mental que simbolizan el barrio, tango y fútbol…